TATUAJE III : CEGUERA




Se sentía triste desde dentro. Era su modo de explicar esa sensación de soportar nidos de cigüeña sobre los hombros.  Sabía que la humedad de su tristeza hacía crecer moho  en los recovecos de su corazón. Un moho verde, gris, espeso, que recubría parte del músculo rojo.


Su trabajo no le agradaba, pero debía pagar las facturas. Sostener su posición en la comunidad. El nivel social lo es todo. No se cuestionaba las razones por las que alguien acaba en el cuarto contiguo, ni si se trataba de justicia o falta de ella. Cada cual elige su camino y, él, había optado por este.  Únicamente pulsaba un  botón, sin hacer preguntas, aunque cada vez el peso de sus nidos fuese más grande.



No sabía de las caras, tan siquiera se había planteado que esto pudiese suceder. No es conveniente. Pero aquel hombre pidió conocerlo. Y, claro, a un condenado es difícil negarle su última voluntad.  Además le aseguraron que era ciego. No sería necesario sostenerle la mirada. Y eso ayuda.



Estaba nervioso. Una cosa es la rutina mecánica de presionar el botón desde tu silla pensando en la nómina mensual, sin hacer cábalas sobre  tu acción y, otra bien distinta, es conocer su conclusión. No sabía qué esperar. Quizá un reproche, quizá un ruego. Se preparó mentalmente para ambas opciones. Sin embargo, la persona que le aguardaba  en el pasillo estaba en silencio. Solo ahí, de pie, iluminado por la luz del cénit colándose por la solitaria ventana. De no haber sabido de su invidencia hubiese jurado que disfrutaba del horizonte, de un horizonte dejado de admirar hace ya demasiados ocasos…


****


        Caminé con paso decidido .Cuando llegué a su altura  el hombre se giró. Me impresionaron sus ojos, sin iris ni pupila, en blanco. Al notar mi presencia, sin mediar palabra, me tendió sus manos. Extrañado, las acepté entre las mías. No era lo imaginado. Por unos instantes dejé  de pensar en cómo debía comportarme, abandonado en su cálido apretón. Si alguien me preguntase le diría que volé sobre las montañas del deshielo, que nadé  en el océano más profundo, que me enredé entre los hilos de la luna mientras escuchaba el murmullo de los ancestros, de todos los yo que fui. Al sentir su  piel, la piel más suave del universo, comprendí que aquel hombre soñaba un amanecer de patos entre la niebla y entendía la melodía helada del agua huyendo hacia el mar.
       Cuando sus manos se escaparon me mostró ambas palmas. En cada una  tenía tatuado un ojo,  inmensamente abierto.


****


Por primera vez se pensó roca para poder cruzar el umbral de la puerta. No quería. 

Enumeró… La casa, el nombre, los vecinos, el estatus.
El pavor al otro lado del muro. 
Su elección.  
Por primera vez le tembló el índice.  
El maldito griterío de los latidos en la sien. 
El sudor en la frente, lento, pegajoso…
Click. 
El corazón enmohecido.

***


       Cuando los descubrí, grabados en el envés  de mis manos, los ojos estaban cerrados. Y, así, supe que si las sirenas no existen es por la ausencia de cuello en los peces. 

Comentarios

  1. Cómo te comente en su momento, el relato respira emociones, transmite sensaciones. Creo que tiene que ver el ritmo que utilizas, fantásticamente elegido, cadente, sin prisas. Y luego claro, un final precioso, de gran altura. Todo eso unido a la originalidad del escenario que planteas hacen un relato redondo. Mi admiración.

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