EL SUEÑO DE DIONISIO(3)

Entretanto, no muy lejos de donde se desarrollaba esta escena, exactamente en el kilómetro 369 de la N-7, Toribio se endosaba el enésimo sol y sombra en  “La conejita feliz”. Aún llevaba puestos los pantalones cuando notó el zumbido del sms en el bolsillo. Con fastidio se dispuso a leer el mensaje, el deber es lo primero para un agente de la benemérita.

 Nunca se sabe cuando va a saltar la liebre -, dijo  a la mulata que le colgaba del cuello.

Casi se pone bizco de tanto acercarse a la pantalla en un intento de comprender el significado de aquellas palabras aparentemente sin sentido. Probablemente se trataba de un secreto cifrado del ministerio, sí, por fin se habían dado cuenta en las alturas de su enorme valía y le enviaban a una misión importante. El hecho de que el correo procediera del teléfono de la prima Piedad no era más que una tapadera, esta gente no dejaba detalles al azar. Ni corto ni perezoso se abrochó la chaqueta y se libró de los brazos de Vanessa Luisa, se empujó el penúltimo copazo y tambaleándose ligeramente salió del local en busca de su compañero, un tipo concienzudo a  quien le gustaba  inspeccionar  los servicios (masculinos) de las gasolineras. Toribio admiraba, interiormente por supuesto, la dedicación al trabajo de su colega, no había día en el que no cacheara a algún sospechoso, de hecho, cuando roto de emoción fue a informarle del asunto lo encontró palpando a un joven con aspecto de delincuente.

Las neuronas de Dionisio trabajaban a velocidad de vértigo buscando el modo de deshacerse de su esposa, no le iba a permitir estropearle el mejor momento de su vida. Probó a empujarla fuera del haz luminoso, sin embargo la fuerza que los atraía la mantenía bajo su influjo. Ella, clavada en el móvil ni siquiera se daba cuenta de los desesperados intentos de su marido. ¿Por qué Toribio tardaba tanto?

No era la primera vez que el sargento le pillaba palpando paquetes sospechosos, pero le tenía tal confianza que no era capaz de sospechar nada anómalo. Cuando le contó lo del mensaje del ministerio le pareció un auténtico disparate, pero ya sabía cómo se las gastaba el sargento cuando alguien le contradecía en algunas de sus peregrinas maquinaciones, como aquella vez en que se empeñó en que se estaba gestando un golpe de estado y que los principales implicados pertenecían al coro de la parroquia. Se montaron escuchas ilegalmente y se vigiló a todos los cantantes.
Estaba claro, de eso no había quedado ningún tipo de duda, que aquella gente estaba planeando matar al cerdo. ¿Qué hizo asociar al gorrino en cuestión con el presidente del gobierno?  Eso era algo aún no aclarado, tal vez mejor así. El caso es que todo aquel disparate solo sirvió para comer chorizos picantes sin haber participado en la matanza.

Intentando desviar la atención desde las manos en paquete ajeno hacia otras cuestiones, le sugirió al sargento que llamase a su prima, para avisarla que se estaba utilizando su teléfono en una misión especial. Aunque fuese un asunto secreto, convenía mantener a la población civil alerta.
Toribio, demasiado espeso como para aventurarse en pensamientos propios, decidió llamar a su prima como disimulando. Cuánto consuelo le había producido la imagen de su prima en las academias. Ansiedades nocturnas y Piedad eran algo indisociable.

...CONTINÚA...

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