"Las vacaciones del verano pasado" : HACIENDO BIERZO




     
   Dicen que cada año la luna se separa de la tierra 4 centímetros. No dejo de mirarla, desde mi diminuta terraza, cavilando en  la distancia creciente, en que soy  75% agua, en las mareas, en la atracción entre el satélite y la tierra. Si, observando el firmamento, casi comprendo el devenir de esta sádica humanidad desenraizada.

No sé lo que sucede en mi cabeza con el calor del estío, quizá mi materia gris se agosta convirtiéndose en una especie de ceniza acartonada, que se deshace con el viento. Divago. Así resulta complicado escribir sobre vacaciones.

Podría hablar de nubes de sal, del lugar donde se unen el Atlántico y el Cantábrico, de los dos azules que son reflejo de uno, del nudismo del alma, sin embargo eso ya pertenece a otros veranos. Durante el que acaba de morir permanecí en esta comarca que, cuentan, se formó por el impacto de un meteorito, acá,  contra el noroeste de la península.

Vagabundeé  por el Bierzo, reconociendo  mis raíces, descubriendo hayas, robles, encinas, castaños, acebos... Noches de grillos, de vagalumes, de gatos sigilosos que se sueñan linces.
Y ascendí a la Guiana para aprender a mirar el círculo de montañas, escuché correr en el silencio del valle el rumor del retorno del oso, me perdí en los mil verdes que pintan las viñas y  me sumergí en las lágrimas de Carissia, ahí, cerca de la herida que son las Médulas.  

Me quedé en mi ciudad, Ponferrada, invadida de edificios tan feos como  espectacular es su cielo  al atardecer, cuando bandadas de jilgueros melómanos y golondrinas kamikazes se despiden del sol, sin  preocuparse del águila que planea entre los últimos rayos anaranjados.  


            Hoy han  regresado las garzas. Vi la primera pareja  esta mañana, volando sobre el Sil, aquí, al lado de la oficina, anunciando la niebla. Y me pregunto si sabrán que la luna es un enorme globo aeroestático que se  aleja  quemando septiembres…





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