NAZARET

 



" Me gustaría poder contar un cuento de navidad, de esos que son tristes pero superbonitos, con un the end feliz y calentito, como de chocolate con churros. Habría un Papa Noel dejando compasión en el corazón de los genocidas, razón en las cabecitas locas de algunos/as/es gobernantes y un poquito de empatía en cada calcetín. No estaría mal una navidad nevada donde no hubiese cerilleras, ni niños de Dickens, solo luces de colorines y estrellas de oriente. En la que los villancicos no hastiasen y la motera buenorra por fin encontrase a Jacq´s".

Nazaret dobla cuidadosamente el papel y lo introduce en el tarro de los deseos que el comisario ha colocado en el vestíbulo, en la misma mesa que el Belén de escayola. Cada año lo mismo,  impone el puñetero tarro con la disculpa de la buena voluntad, para que hagamos sugerencias, peticiones, cosinas que mejoren el ambiente laboral, pero todo queda ahí. El día 26, recoge el tarro, se pasea con él bajo el brazo, asegurándose de ser bien visible y lo guarda en el armario del pasillo, junto a los anteriores tarros navideños.

La subinspectora Nazaret trabaja todos los 24/12, así se ahorra la reunión familiar. No tiene ganas ni de viajar ni de escuchar las mismas tiradillas de siempre y aún no quiere olvidar las risas de su padre cuando le dijo lo de la oposición:  pues vaya, me saliste marimacho. 

- Tú, el jefe dice que me acompañes a un servicio en el casco antiguo. Hay una anciana desorientada en la calle y vendrá bien tu cosa femenina.

Nazaret soporta más bien poco a Dominguez, lo considera un gañán  de segunda. 

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La anciana tiene la mirada azul y la piel blanca, casi traslúcida.

El aviso lo ha dado una joven (llegará tarde a la cena) que  la encontró vagando por la acera, descalza, en camisón. Está oscuro y hace frio.

Le ha puesto su abrigo y le habla con amor, a la desconocida que no sabe decir quién es - gracias, compañera-. 

A pesar de las muchas objeciones de Domínguez escoltamos la ambulancia hasta el hospital general. No te dejaré sola.

Salta a la vista que está bien atendida, tiene los pies blancos, sin durezas, con la uñas perfectamente cortadas. Alzheimer. Un descuido. 

-  Mira, princesa, los hospitales no me van, menos esta noche. Si quieres te quedas, yo me largo. A ti qué más te da la vieja, si es como una planta, ni le vas ni le vienes.

-  (Serás gilipollas) No importa, no me moveré de aquí hasta que encontremos  a la familia. Ya me buscaré la vida para volver.

Y Nazaret se queda, ahí, en la sala de espera, contando su cuento a la anciana azul. 



Eugenia Soto Alejandre

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