LUNATIC RHAPSODY (Caras A y B)





Nota de los autores (Excusa no pedida...)
Esta historia comienza con una frase que se coló en mi mente. Incapaz de mantenerla encerrada, decidí soltarla y compartirla con cuatro amigos, Fernando, David, Ángel y Alejandro. Así, contagiados de palabras, comenzamos a tejer una locura, sin reglas, sin orden, con el único requisito de dejar volar la imaginación. Pronto, el cuento, incapaz de ceñirse a sí mismo, se ramificó en dos sueños, tan dispares como surrealistas. Y, justo cuando parecía que se olvidaban el uno del otro, confluyeron por sorpresa, para,juntos, caminar de la mano....

Nota: las faltas ortográficas son totalmente intencionadas


A SIDE OF THE MOON
  
Hay días en los que a uno se le meten todas las lunas en la cabeza.
Y, aunque parezca mentira, en tan reducido espacio caben todas ellas: menguantes, crecientes, llenas, nuevas y alguna incluso, y sin necesidad de haber bebido más de la cuenta, doble.
Entonces la cabeza se me hincha y se me hincha y la cara me empalidece y se me llena de los cráteres de infectos y purulentos granos.
Tal vez es por esto que en las paredes de casa han aparecido pintadas que dicen "eres un lunático, haterriza". La falta de ortografía delata ami suegra que nunca me ha querido bien, pero esa es otra historia. Aún así, les cuento. Creo que todo tuvo su origen un buen día que, calzado con mis patines, recorría el pasillo de su casa. Ella siempre me decía que tuviera cuidado "que el día menos pensado hiba a tener un accidente", pero yo no le acía caso. De pronto, al girar a la derecha para describir un hocho en la amplitud de su salón, impelido por la inercia y la violencia del giro, se me descompuso un cuarto creciente haciendo sobresalir un  cuerno por mi sien más cercana al esquinazo, arañando toda la pared a resultas del incidente. No me lo perdona...


No es que me importe demasiado, pero empiezo a preocuparme. Mi suegro, en paz bien ganada, descanse, ya me advirtió : ¿ves la madre? Pues ves la hija. Razón tenía, si bien he de decir que mi suegro era, como yo, un maldito cornudo lunático.

Sin embargo, yo lo amaba, y mucho; a mi suegro, digo. Siempre fue un apoyo para mí. Al principio, era él quien me contaba un cuento antes de dormir, e incluso me daba un beso de buenas noches. Un día, con mi mujer ya dormida, me dio un beso en los morros. A mí me pareció raro, pero me dejé llevar e hicimos el amor con mi mujer al lado, roncando como su madre. Fue maravilloso.

No me refiero a los ronquidos de ellas, lo maravilloso fue sentir ese amor nuevo para mí, era algo muy extraño, como si fuese amado por mí mismo, como si al fin pudiese amarme, como si yo fuese alguien que al margen de vivir en la luna fuese digno de ser amado, incluso por mí mismo o mi reflejo en forma de suegro. Sólo tenía un atisbo de miedo, que mi mujer se despertase y quisiese participar de aquel amor satelital.

Con aquel nuevo sentimiento bullendo dentro de mí, los días se pasaban en segundos, y tenía la sensación de haberme transformado en un sosías de Gene Kelly. Si me descuidaba, se me separaban los pies del suelo y amenazaban con empezar un espectáculo de cabaret. Claro que aquello a mi suegro, curtido en la edad de oro del cine (y enamorado en secreto de Rock Hudson), le parecía el culmen de su fetichismo. Hasta ahí todo bien. Lo malo venía cuando había que disimular tanta alegría frente a nuestras respectivas. Por que los pies, con un par de plantillas de plomo, estaba controlado, pero los cambios físicos eran otro cantar. Y es que, de tanto  reír, la boca se me había ensanchado varios centímetros, y de tanto brillar, hasta me estaba volviendo rubio...

Sin embargo, todo lo bueno tiene un final, y la felicidad no suele durar eternamente. Una tarde de primavera, aprovechando la salida de compras de mi suegra y mi mujer, mi amado suegro y yo nos dedicamos a una sesión de sexo desenfadado en su habitación. Él se puso su uniforme de Guardia Civil, y yo, un vestido provocativo de mi mujer. Cuando ya nos habíamos desprendido de nuestros ropajes y, desnudos como Dios nos trajo al mundo, disfrutábamos de nuestros respectivos cuerpos, la puerta de la habitación se abrió, mi mujer dio un grito y se desmayó; mi suegra vino entonces corriendo a la habitación y, tras pegar otro grito, también se desvaneció. Repuestas de sus respectivos vahídos, mi suegra y mi mujer decidieron separarnos: a mí me enviaron a Cádiz, y a mi amor, a Coruña. Perdí, además, mi rubia cabellera, pues mi mujer me castigó con un corte de pelo al cero. 

Ya en Cádiz, y sin un pelo en la cabeza, me ocurrió algo extraño. Una noche de luna llena, mientras acariciaba mi recién adquirida excentricidad, descubrí una pequeña protuberancia en la parte de atrás del cráneo. Al observarla en el espejo, divisé, no sin cierta sorpresa, una pequeña puertecita entreabierta. De lo oscuro de su interior, un tufo a licor y unos pequeños ojillos que me observaban cómplices: "Te he estado esperando". 

Bajo el brillo de un tricornio que semeja una resplandeciente y creciente luna negra, asoma el mostacho varonil de Farrokh Bulsara. Junto a él, saliendo del oscuro y fétido refugio, una especie de cueva mora en la que, por el jaleo, debía celebrarse toda una zambra gitana digna del Sacromonte Nazarí, irrumpe en escena una segunda figurilla vestida de faralaes con lunares rojos, le agarra por la oreja y tirando de ella, le insta a regresar:

- Tira p'adentro Freddie, que ha ti naide te a dao vela en este intierro.
Hubiese dado medio dedo pulgar por poder seguirlos, pero nada, imposible remeterme en mi mismo, mucho menos sin setas mágicas. Sin embargo, una luz se incendió ahí dentro (no sé cómo hasta el momento podrían estar celebrando su fiesta así, tan a oscuras), tomé unas pinzas de depilar (las mismas que hubiera tenido que utilizar para reparar el desaguisado de la cara de mi suegra, quien debió figurar en el acta matrimonial como mi suegro a juzgar por su tupido bozo supralabial) y extraje con mucho cuidado a mis pequeños inquilinos. Al interesarme por su identidad, me refirieron que no eran sino la encarnación que en mi materia gris había concurrido de Lola Flores y Freddie Mercury, que habían consumado el matrimonio celebrado por el rito gitano y continuaban la jarana.

Me empecé a preocupar seriamente por mi salud mental y decidí consultar a una especialista, una psiquiatra muy prestigiosa de los Estados Unidos de América del Norte un poco por debajo de Canadá.La doctora Nicole Smith and Wesson 500 me trató durante un mes en su clínica Clockwork Orange, pasado el cual me citó en su oval despacho. "Your caso, señor Selenio, is very complicado, you know". Esperé anhelante a que continuara, pero no dijo nada más. "Pero, ¿es grave, tiene solución?", pregunté  yo. "Well, you know, señor Selenio, estos cosas are not sencillos de... de...". "¿De solucionar?", pregunté yo cada vez más inquieto. "Eso es, de solucionar. No sé, yo, in your caso, lo que haría sería coger esta pistola y, en fin, volarse la head de un tira". Entonces, siguiendo el consejo de la prestigiosa doctora, y con mano temblorosa, cogí la Smith and Wesson 500, acerqué la boca de su cañón a mi frente, conté hasta 317 y, cuando iba a apretar el gatillo, una voz sonó en mi cabeza, entre ceja y ceja, y me cantó:

"Empty spaces 

what are we living for,
Abandoned places 
I guess we know the score
On and on 
does anybody know what we are looking for


Another hero, 
another mindless crime
Behind the curtain 
in the pantomime
Hold the line 
does anybody want to take it anymore


The show must go on
The show must go on"


B SIDE OF THE MOON

Hay días en los que a uno se le meten todas las lunas en la cabeza... Y luego, a ver quien es el listo que consigue que vayan saliendo ordenadamente. Las de Júpiter suelen ser las más inquietas, empolvándose constantemente las redondas mejillas para deleite de los astrónomos voyeurs. En cambio, la de Saturno es de las que se queda en babia cada vez que se cruza con una de las múltiples musas que circulan por aquí. Miedo me da que se la lleven por delante cuando abra la sesera y se desate la marea sobre el papel. Por suerte, recientemente he conocido a un nuevo socio que me ayuda con la tarea.
Desde que le conocí, he aprendido a contar estrellas, a bailar sin gravedad y hasta a hacer el "hoola-hop" con los anillos planetarios. En confidencia me ha dicho que le llaman el "bibliotecario de sueños" y viene a visitarme cada noche.

Es un tipo curioso, siempre aparece con una botella medio llena de licor de guindas que va devorando sin ofrecerme ni una sola. Lo único que me molesta de su actitud es que me deja la habitación llena de huesos de guinda que como pequeños satélites giran alrededor de mis pies.

A veces me sorprende con sus habilidades. Así, como por arte de magia, sin siquiera un abracadabra ni un mísero ¡hale hop!, es capaz de reorbitar mis lunas y sus chochos de guinda borrachos para alinearlos en caprichosas e ingrávidas formas. Es cuando, sin saber de dónde vienen, pelotones de moscas ávidas del jarabe alcohólico que rezuman, llenan la habitación y siento pánico. Las moscas son un insecto bien peligroso, se cuelan en las orejas , depositan sus huevos en el conducto auditivo y acabas con el cerebro lleno de gusanos. Sin embargo, esas infectas pupas no solo tienen efectos maléficos, por el contrario, sus vapores etílicos convierten las neuronas que las envuelven en origen de las más extravagantes y divertidas ideas. Claro, eso tiene su contrapartida: las terribles y lunáticas resacas que se me meten ahí dentro y de las que no consigo desprenderme.

En una ocasión, la resaca me duró todo un mes. Pasado éste, volví a mi natural mediocridad. Me vestí de nuevo con mi traje gris, me peiné con la raya de lado, me dejé crecer mi serio bigote y comencé otra vez a andar con los pies.

La mediocridad es buena, la mediocridad es sana me repetía a modo de mantra que me mantenía atado a la tierra, como si fuesen unos plomos que me impedían ignorar la fuerza de la gravedad y perderme en órbitas ajenas. Pero la raya de lado era demasiado para mí.

Así que, durante una de mis noches en blanco (para mantener la mediocridad, no podía permitirme dormir), tras una larga sesión de teletienda y alcohol barato, me planté enrabietado frente al espejo del baño.  Con decisión, agarre el peine y ataqué. La raya se defendió estoica, y tras un par de envites tuve que desistir. Aquello se había aferrado cual cemento, y no pensaba dar su brazo a torcer. "¡No podrás acabar conmigo!", gritó la mata canosa ante mi estupor. "Pero me haces parecer un tipo serio y aburrido", me quejé amargamente. "Aburrido no, un señor de los pies a la cabeza.", insistió, "Desde que estoy contigo te saludan por la calle y te rebaján las pólizas del seguro. Si hasta he conseguido que votes al fin por la estabilidad del estado."

Ante tal argumento no tuve otra salida. O la raya o yo. Así que agarré las tijeras de la cocina, las únicas con fuerza suficiente para cortar lazos con la sociedad de bien, y podé todo pelo conservador que encontré. En un momento no había rastro de la raya, ni del flequillo, ni nada. "Las señoras apartarán el bolso cuando pases junto a ellas", le oí gemir en su último suspiro. Pero ya no importaba, ya estaba liberado, la cabeza una luna resbaladiza sobre la que explorar.  Sólo entonces, mientras acariciaba mi recién adquirida excentricidad, descubrí una pequeña protuberancia en la parte de atrás del cráneo. Al observarla en el espejo, divisé, no sin cierta sorpresa, una pequeña puertecita entreabierta. De lo oscuro de su interior, un tufo a licor y unos pequeños ojillos que me observaban cómplices. "Te he estado esperando".


Los ojillos pertenecían a un mini guardia civil, con su mini bigote y su mini tricornio incluidos. Le pregunté su nombre. Me respondió que carecía de nombre. Le pregunté que qué hacía en mi cabeza. Repuso que nada especial, que allí se vivía bien, que había de todo y que todo lo que allí había resultaba muy interesante. Me reprendió por aquella temporada de mediocridad que habíamos vivido y por mi cerrazón para intentar superarla.

"Trataremos de recuperarnos poco a poco, sin prisas", me explicó. "Para empezar", continuó mientras se sentaba sobre una cucharilla de café, "te contaré la historia de un joven soñador que se casó con una mujer aburrida. Ésta tenía una madre que cometía numerosas faltas de ortografía y un padre rumboso y muy atractivo..."

Poniendo ambos índices en mis oídos a manera de tapón, interrumpo bruscamente su narración. Él pretende que toda mi vida recobre el hilo perdido y trata de reconstruirla haciéndome protagonista de este cuento que me intenta transmitir, pero yo sigo aferrado a mi cara más lunática y agarrando al pseudo gnomo armado entre mis manos, hago una pelota con él y lo arrojo contra la pared cual frontón. Una lástima, al segundo manotazo la pelota se desintegra y me quedo sin entretenimiento.
- ¡Vaya, hombre!¡Qué faena! Ahora que me hiba a hacer manomanista....

Pues nada, a otra cosa mariposa - me dije, y les dije, a los colonos de mi masa encefálica.  Me compré una piragua por internet y decidí recorrer dándole al remo la península, aprovechando el cauce del río que nació con las lágrimas derramadas por el bibliotecario borrachín, que es muy sentido y de cuando en vez le da por llorar y llorar.

Como avisado por mi conjuro, de mi agusanado cerebro surgió un precioso ejemplar de Papillio Machaon que, libando en la raya de mi peinado, la impregnó del etéreo polvo de mariposa que ahora, entre palada y palada con la piragua, me permite elevarme para hacer slalom con las lunas y los güitos alcohólicos de mi querido amigo. La verdad es que mi viaje está resultando asaz interesante por los conocimientos que voy realizando en el camino.

Y mi camino me llevó a una luna nueva, completamente árida y en la que mis paladas resultaban inútiles. Bajé de la piragua y miré a derecha y a izquierda, arriba y abajo, hacia fuera y hacia dentro. Precisamente fue en mi interior donde hallé algo realmente interesante. Un teatro en el que se representaban cientos de historias. Disponía de múltiples entradas y un tipo, de aspecto de lobo estepario, me invitaba a entrar en el teatro y a disfrutar de cada una de las representaciones que había preparadas para mí. Él mismo, el lobo, había creado alguna de ellas, otras habían sido ideadas por otro lobo, uno que se convertía de vez en cuando en hombre a causa de un fatal encuentro con el Mago de Siam, y había más y más, e incluso algunas de ellas habían sido pergeñadas por seres sin nombres ni apellidos que acababan viajando a los Estados Unidos de América del Norte un poco por debajo de Canadá para oír en privado a Freddie Mercury cantando el "The Show Must Go On".



ALEJANDRO GALLARDO MALDONADO
ÁNGEL ZURDO GONZÁLEZ
DAVID MARTÍN GARCIA
EUGENIA SOTO ALEJANDRE
FERNANDO GARCIA CRESPO









Comentarios

  1. Cada vez que lo leo, me gusta más el resultado. Será amor de madre. Gracias por la idea y por publicarlo. Biquilos

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    1. Ángel, a mi me sucede lo mismo, cuanto más lo leo, más me gusta. No deja de sorprenderme el resultado. Me divierte y disfruto escribiendo con vosotros. ¡Ay, si uniésemos nuestras mentes para el mal, dominaríamos the world!! Biquiñossss

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  2. Gracias Eugenia por sacarnos la pereza con tus ideas. Disfruté mucho colaborando con vosotros, aunque me hubiese gustado haber aportado algo más. Pero es que me despisté, y cuando me quisé dar cuenta ¡ya estábais acabando! Si es que sois unos máquinas, un par de frases y os desatáis, jeje. Gracias por publicarlo, guapa.

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