ESTELA
A veces se dibujan dragones en el cielo.
A veces.
Durante alguna noche de luna brillante y nubes.
O en un atardecer de niebla.
Parecidos a éste que veo: enorme, gris,
con un gran ojo blanco
en un círculo azul marino, casi negro.
A veces traen presagios.
A veces pasa que solo son silencio.
Estela mira mucho el cielo. Puede pasar horas con el pescuezo torcido, absorta en el espacio, pues tiene el poder de la megavisión y el universo le alucina. Nadie se cree lo de su don. Normal - piensa Estela. Si ni lo creo yo , sin embargo, veo lo que veo.
Estela había sido otra antes que esta mujer ladeada, con un buen horario bien remunerado en una multinacional, una hipoteca, un préstamo para el coche, una cuenta en Amazon y una en un supermercado superecológico. Siempre conforme a lo que se esperaba de ella hasta que se le revolvieron los demonios y salió a aullar por la calle. Cuando la patrulla de la municipal la encontró creyeron que era sonámbula (pero ella sabe que es el anhelo de arrancarse la piel que la ata a un cuerpo al que casi siente no pertenecer).
Poco después, le salió la megavisión. Una mañana, al abrir la ventana para respirar el amanecer, vió, más allá de los tejados, un astronauta ruso flotando al lado de lo que supuso una estación espacial. ¡Que pasada! - pensó sin preguntarse la razón de tal agudeza visual.
Es extraña una primavera en otoño, aún así, nacen margaritas en diciembre.
Al principio, curiosa, se dedicó a explorar el mundo. Enseguida se cansó. Los lugares soñados pierden la magia cuando haces zoom. Luego, se decidió a espiar a las personas y supo de cosas que se te clavan en los ojos y ya no salen de ahí... Entonces dejó de fijarse en lo contenido en la Tierra. Mucho mejor observar constelaciones, abandonarse en el firmamento. Aunque esta semana ha atisbado un enorme agujero negro un par de galaxias más allá engullendo planetas, asteroides, soles. Quizá acabe tragándonos también, pero es la única que lo ve.
En ocasiones, Estela, se esfuerza en no mirar . Empieza a estar hastiada. Ha salido a comprar algo para la cena en el 24 horas del barrio y regresa sin fijarse en nada. De repente nota un tirón en el abrigo. Es un crio.
- Oye, ¿eres tú la que ves las estrellas?
- Si, las veo.
- ¡Jo, qué suerte! ¿Cómo se hace?
- ¿El qué?
- El ver las estrellas.
- La verdad es que no sé. ¿Por qué quieres verlas? A lo mejor son más bonitas de lejos.
- Mi abuela me contó que si veo la estrella de Oriente puedo pedirle un deseo.
Algo en la voz del niño la ha conmovido. Había olvidado la llegada de la Navidad. No se la quiere estropear contándole que el lucero navideño está apagado.
- Pues eres un suertudo, ves aquella que brilla tanto, allí, justo donde señala mi dedo, esa es. Venga, pídele tu deseo.
El niño frunce el ceño concentrado mirando el punto brillante, sonriendo.
- Ya está. Gracias.
- ¿Me buscarás para contarme si se cumple tu deseo?
- Lo sabrás - le contesta mientras desparece entre las calles.
No me ha dicho su nombre. Estos chavales...
Y Estela vuelve su vista, de nuevo, hacia el cielo, observa el firmamento y solo distingue miles de puntos luminosos salpicando la noche.
Eugenia Soto Alejandre
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