TARAXACUM OFFICINALE

 





 A Roberto Herce Blanco

Graciñas...


                        
                             


Siete...


Hubo un tiempo en el que creí estar loca. 

Sentía una tristeza de gelatina desleída. Pegajosa, desaborida. Lo impregnaba todo; donde menos lo esperaba, ahí estaba, goteandome en la frente.

Hubo un tiempo en el que la humanidad se detuvo. Como un coche ante una señal de stop, con el motor al ralenti, esperando que pase quien pausa su movimiento.

Hubo un tiempo en el que no creí estar viviendo el desmoronamiento.


Ojalá supiera leer los posos del café. Hubiese sabido que las golondrinas ya no iban a volver y que sus vuelos serían ocupados por nubes de mosquitos, de esos que son gordos y baten las alas como colibríes negros. Ahora estoy aquí  ,en espera.

Ojalá hubiera sabido que no te puedes fiar de la niebla... Las siluetas se desvanecen y no adivinas su forma, o si tan siquiera la tienen.


Ya no se puede abrazar, ni besar.  El futuro distópico se nos echó encima. Ni respirar libremente. Ya no paseamos de la mano. El futuro es ahora y no estamos en él. Quedamos unos pocos como en cualquier guion de serie B. ¡Joder! Esto se ha escrito demasiadas veces.  Esta maldita realidad.


Hubo un tiempo en el que se depositó la fe en una vacuna. El ser humano es mucho de abandonarse en la fe.


Tras la tercera oleada, la desesperanza creció. Los científicos comenzaron a publicar trabajos donde exponían sus conjeturas, que llevaban a ninguna parte. 

Solo hemos sobrevivido aquellos que superamos alguna adicción y nuestros descendientes. Algo de una mutación que nos ha convertido en inmunes. Curiosa ironía. Seres imperfectos supervivientes de una sociedad perfecta, bueno, casi. 


Los últimos estudios descubrieron que el virus maneja el organismo de sus víctimas como un macabro titiritero. Toma el mando, decide dónde atacar; si espera agazapado, o  si desencadena su ira una y otra vez, hasta acabar con su huesped. 

Quizá la cabreada madre tierra despiojándose.

Quiza la eterna guerra de eeuu, alimento de su economía.

Quizá un depredador mayor venido del confín del universo.


El día a día transcurre buscándonos la vida con la comida. Parecido a las películas. Respecto a walking death, de esos, ni uno. Menos mal, bastante jodidos son mis compañeros de especie en estado natural. Ese rollo del compañerismo solidario no existe. Se cayó de los balcones.

Los que quedamos nos dedicamos a nuestras cosas, vivimos aislados. Internet continúa funcionando. Yo paso de redes sociales. No necesito reinventarme. Además, ignoro quién las maneja. Alguien se tiene que encargar. Obviamente alguna razón habrá ; no me interesa, seguro que no es buena.


Hubo un tiempo en el que las imágenes en el televisor eran desoladoras. Me peturbaban de un modo extraño, como angustia haciéndose hueco en las entrañas. Saqueos, protestas, niños hambrientos. Otra vez. La humanidad convulsionando se devora a si misma.


Lo que me aterrorizaba no era morir sola, era que no hubiese nadie a mi lado para traerme de vuelta. Perderme dentro de mi sin poder salir... Pero nunca sucedió y ya no tengo miedo.


Siempre he querido vivir en un valle. Arropada en una bolsa amniótica entre montañas. Los días pasan tranquilos cuando despiertas siendo bosque, al ladito del rio.


No hemos aprendido . Es curioso. La gente intenta conservar su rol hasta tras el apocalipsis. Recomponiendo los retales de una existencia que ya no existe por su poca eficacia. 


Hubo días que los pasé mirando el sol, temiendo que explotara. Y dejé de hacerlo cuando una dolorosa tortícolis me obligó volver al suelo. Fue entonces cuando comenzé a soplar dientes de león.


Uno...


- Te dejo... - le dije escondiendo la mirada en la flor que se deshacía en el aire.

- ¿Cómo?

- Que es mejor que dejemos de vernos.

- ¿ Por qué? ¿Ya no me quieres?

-  No, no es eso..

- ¿Entonces?

- La verdad es que tengo ganas de matarte. Por esooo es mejor que nos alejemos.

- ¿Qué dices? 

- Pues que hay algo en mi que ansía tu muerte. Solo pensar en cómo lo haría me proporciona un intenso placer...

- Ya, entiendo. Pero para dejarme no es necesario que desvaríes. Con decirme que te has hartado, llega.

- OK.

- Pues me voy...

- No me  llames... - y la última semilla se derritió entre la hierba.


Dos...


Hacía demasiado calor. Las avispas se colaban en la pata de la barbacoa a través del agujero dejado por un tornillo extraviado. Solo tendría que dar un paso y estaría a la sombra. Sin embargo era incapaz de mover un músculo. Hipnotizada por el descenso de cientos de pequeños paraguas blancos que me caían sobre el pelo, sobre los hombros, sobre la frente.


Tres...


¡Dandelion!

¡Para! ¡ven! 

¡Espérame!

Noto los latidos golpeándome las costillas. Corriendo tras el perro. Jadeando nicotina.

No te vayas...

Y una semilla dardo germina en mis sueños.


Cuatro...


Llegaría la mañana en la que no tuviese que alimentar  mi sed. Entonces desayunaría tranquilamente tostadas con mantequilla, empapadas en café. Será. Cuando llegue la primavera y el viento convierta pétalos amarillos en deseos desperdigados.


Cinco...


Una vez vi partir a un hombre bueno. No quería irse de su cuerpo inerte porque amaba tanto que sus venas se habían convertido en raices que se deslizaban por debajo de la cama, que atravesaron el piso buscando el corazón de la tierra, que lo atan en la cueva oscura de su cráneo.

 Un soplido... flhsss.... Por ti.


Seis...


Sobre los vilanos del diente de león, mientras flotan, se forman diminutos anillos de aire. 

Vórtices invisibles que se van diluyendo con el descenso. 

Sin parar de girar. 

Anhelos al viento.


 de Eugenia Soto Alejandre




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