SIBILA. (Imagen: "Chorar un lagarto", obra de Reme Remedios)


     " CHORAR UN LAGARTO " Obra de REME REMEDIOS.    
     DOSMIL VACAS ARTE. Ponferrada. El Bierzo.




Su padre le mostró el mar cuando era una niña que apenas comenzaba a caminar y se le quedó, ahí, acurrucado bajo la piel. El tiempo transcurrió, como no puede ser de otro modo, y los hombres que la amaron también la llevaron al mar; alguno para susurrarle lo inmenso de su amor, alguno para permanecer en su regazo, alguno para verla reír y otro, el que más añoró, para decirle adiós. 

Pero ahora había acudido sola, sin nadie acompañándola a saborear la sal. La brisa le revolvió el pelo y se preguntó si quedaría algo de las diferentes “ella” que fue, ahí, sumergido en la profundidad del océano… 

Desafiando al vértigo se situó en el borde del acantilado, con la punta de los pies suspendida sobre el abismo azulado, mientras los guijarros sueltos hacían ruido como de caracoles espachurrados. Cerró los ojos y escuchó el graznido de las gaviotas. 

El cielo continuaba gris. Llevaba de ese color plomizo desde hacía más de un año, cuando las nubes comenzaron a soltar agua. Fue el primer noviembre tras aquella larga sequía que agostó los campos, mermó los bosques, se bebió los ríos. 

Ya se agotó otro noviembre y la lluvia continúa. 

Y aquí estaba, casi única, suspendida sobre las rocas golpeadas, en el límite del mundo. El viento comenzó a azotarle la cara con gotas heladas, incesantes. 

      -  Nunca parará de llover…. 

Se extrañó al escuchar su voz, no solía hablar. Lo de hablar era algo que le hastiaba. Se había hartado del paripé social, de las anodinas conversaciones sobre el clima. 

    - Solo me quedan un cigarrillo y doscientos pétalos intercambiables por lágrimas… 

Si no lloras se te seca el alma... Se cuartea... ¡Y estás jodida! Te conviertes en un saco de huesos y entrañas desecadas. 

Encendió con cuidado el último cigarro, defendiéndolo con el parapeto de su mano de los elementos, sin preocuparse por un poco más de humo ennegreciendo sus pulmones, al menos esto lo elegía. O eso es lo que creía. 

Le dio por pensar en los destinos que contó, en si los podría devolver al océano. No sabía cómo había sucedido aquello; ni fue con el paso de una estrella fugaz, ni con la visión de una luna colorada. Nada. Ningún maldito signo de acontecimiento mágico que recordase, pero en algún momento, por una razón que se le escapaba, todo lo que escribía acababa por ser. 

Quizá era ella el motivo de la lluvia incesante. 

Quizá había sido la causante de este new world plagado de seres sedientos de latidos ajenos. 

Quizá tejió presentes sin darse cuenta. 

Ahora debía relatarse a sí misma para mantenerse fuera de esa fémina que contaba vidas. 

Algo se le revolvió bajo el abrigo, aquí, cerquita del corazón. Con cuidado abrió un poco la solapa y dos pares de ojos asomaron entre la franela. 

     -        Encontrar un lagarto con dos cabezas no es cosa fácil… 

Sin embargo, a veces, pasa que a pesar del frío te topas con un lagarto verdinegro bicéfalo moribundo en la cuneta de un camino embarrado. No era el lugar ni el momento, pero estaba. Helado, inerte. Hermoso y raro, casi extinto, con sus párpados plegados. 

Curioso compañero de viaje, ahí, sobre las costillas, hasta el límite de la tierra. 

     -        Erase que se era una mujer con un puñado de flores en el bolsillo, un reptil anómalo y la mirada llena de olas… 

Y así siguió narrándose esperando un sol amarillo, un cielo azul, un árbol verde. Siguió narrándose esperando encontrarse porque estaba perdida. 

    -        Perdida en ti…









De Eugenia Soto Alejandre.

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