¿YO TAMBIÉN FUI ABDUCIDA?



¿Alguien más se ha fijado en el sonido que hacen las uñas de los perros al rozar contra el cemento? Y qué diferente su sonido en otro suelo, de madera, por ejemplo. Últimamente me pregunto cosas así… Voy andando, tan tranquila y, ¡zas!, me asaltan este tipo de elucubraciones.

Todo comenzó con la cena-reencuentro de antiguas alumnas de las Esclavas de Santa María de los Fustigados. La verdad que no me apetecía mucho ir. No guardo buen recuerdo de aquel colegio, ni conservo amigas de esa época, no obstante la curiosidad me pudo y como el restaurante donde se celebraba la nostalgia queda cerca de mi casa, dándome la ocasión de escabullirme en cualquier momento, acudí a la cita.

La cena fue lo esperado. La mala suerte o, más bien, la simple estadística, hizo que entre las comensales no se encontraran mi par de cofrades en recreos y castigos. Respecto a las arpías presentes, pude comprobar que el paso de los años las había tratado como se merecían: estaban hechas un cristo.

Cuando me harté de escuchar falsos cumplidos, conversaciones sobre la inteligencia desmesurada de los hijos propios y de  ceros infinitos a la derecha, me agarré a la botella de godello más cercana. No me separé de ella hasta agotarla, luego me fui deseándoles feliz aquelarre.

El camino de regreso resultó ser un tanto complicado.  Enfilé la calle con los tacones en la mano y la certeza de estar realizando una proeza. ¿Nunca os habéis sentido inmersos en una banda sonora? A medida que avanzaba entre trompicones, la melodía de Carros de fuego zumbaba en mi cabeza como si fuese la heroína de una proeza urbana. Me vine arriba al sentirme cerca de la meta hasta que, sin avisar, llegó la oscuridad. Se apagaron las farolas, los carteles de neón, incluso la luna parecía haberse ennegrecido. Se hizo un  silencio denso, salvo en mi mente, donde sonaba constantemente el tema de Vangelis. Entre tinieblas, aturdida por el alcohol,  me detuve y, justo en ese instante,  un brillante rayo azulado rasgó la penumbra.

Ya no recuerdo más.

Al mediodía abrí los ojos en mi cama.
No es la primera vez que despierto con resaca. Sin embargo, esta vez, además de los síntomas habituales tenía una extraña sensación en la nuca. La palpé. Aparentemente todo estaba bien, salvo por una pequeña hinchazón, como si un mosquito de los gordos hubiese pasado por allí. No quise darle mayor importancia, tras una noche en blanco, despertarme sola,  conservando mi epidermis libre de tatuajes absurdos, me pareció suficiente para pasar página.

Desde entonces siento que algo va mal. Quizá sea un poquito hipocondríaca, pero hay pequeños detalles que han cambiado mi vida. Me han prohibido  entrar en el centro comercial pues las alarmas se vuelven locas. Tampoco escucho la radio, solo sintonizo el zumbido de mil interferencias. Ni puedo trabajar con el ordenador, ni usar el móvil; han muerto. Y, en ocasiones, veo  destellos entre las nubes...

Comentarios

  1. Si no te dejan entrar en los centros comerciales, eso que ganamos los demás, pues más rato que tendrás para dedicar a estos escritos tan divertidos!

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