PACTO


La silueta de la mujer hermosa se adivinaba en la penumbra de la habitación. Los diminutos haces de luz que se colaban entre las rendijas de la persiana recortaban su figura inmóvil frente al espejo.
Se miraba en un cristal donde solo se reflejaban  grises tinieblas . Le comenzaban a doler los músculos, especialmente los de las piernas. ¿Cúantas horas llevaba en pie frente al espejo? Hacía rato que había perdido la conciencia del tiempo. 
Necesitaba una respuesta pero su reflejo no se la daba. Únicamente le mostraba su sombra perdida en la oscuridad. Quizá esa era la respuesta: ella era una sombra confundida en la oscuridad.

Ya no tenía lágrimas ni sentía el latido de su corazón. Sin embargo, el dolor persistía royendo sus entrañas, ardiendo bajo el peso de la culpa. Cuanto más amaba, más dolor causaba. Y el peso de ese dolor se le clavaba para recordarle que a ella le estaba vedado soñar.
De repente golpeó el cristal con la rabia de una eternidad, continúo golpeándolo incluso cuando al romperse le cortó en las manos. Dejó que la sangre se mezclara con los añicos de su bello reflejo. Dejó a su piel llorar lo que sus ojos no podían.

Una lejana radio escupía música de los ochenta mientras barría los restos de su desesperanza.
Abrió la contra ventana permitiendo que penetraran los últimos rayos de sol.
Escrutó sus  brazos, las heridas habían cicatrizado. Se mordió el labio por la decepción. Siempre curaban ¡Maldito! ¡Cómo la había engañado!
Empujó la montañita de cristales contra el recogedor, tras ello, dejó caer la escoba para acercarse al ventanal. Este placer no le estaba prohibido, disfrutar de la agonía solar no se lo podía quitar ni el mismísimo Lucifer.
Dejó que el naranja inundase su corazón, llenándola de color y esperanza, la esperanza de su propio cenit, la esperanza de que algún día ya no amaneciese para ella.

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    "Al pasar la barca, me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero..."

Risas infantiles llenaron el patio del recreo. Las niñas uniformadas cantaban haciendo corro a otra , quien no parecía disfrutar siendo el centro de atención de sus compañeras. Intentaba, mordiéndose el labio inferior, que las lágrimas no aflorasen para que no supieran el daño causado con su crueldad.

   "¡Eva, Eva, tendrás que pagar o la barca no podrás usar!"  

Y más risas infantiles.

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