EL SUEÑO DE DIONISIO(10)
Dionisio
tardó unos minutos en darse cuenta de que no estaba en el interior de la nave,
cuando se sintió caer quiso pensar que la sensación era fruto de la misteriosa
energía que los atraía hacia la nave. De nuevo la vida le negaba una ilusión al
alcance de la mano.
Cuando su iris se acostumbró a la oscuridad
distinguió las estrellas sobre su cabeza. Del aparato espacial no quedaba ni
rastro. Quiso consolarse con la idea de que se hubiesen llevado a su costilla,
sin embargo tampoco se le concedía esto, a su lado, extrañamente callada y con
la mirada perdida, estaba su esposa. El amargo sabor de la desilusión le
provocó ardor de estómago. Se habían ido sin él, adiós a las hembras
tripecho... No le quedaban fuerzas ni para odiar a la culpable, no podía ser de
otro modo, de su desgracia. ¿Quién iba a querer cerca de él a una bruja
viperina? Evidentemente los seres del espacio no. Los comprendía.
Tan sumergido estaba el hombre en sus cavilaciones
que no se percató del público allí congregado. Con apenas tiempo para ser
testigos de la vertiginosa huida del ovni llegaron Txumi, Regina y el
cazafantasmas. La situación entre ellos había sufrido un giro, los susurros de
la presentadora debían de haber sido muy convincentes, al menos lo suficiente como
para cubrir su exuberante desnudez con el uniforme del cazador, ya que el
mínimo vestido rojo había sido arrojado por la ventanilla, kilómetros atrás,
por un desesperado Txumi en un intento de prolongar aquella maravillosa visión
gratuita. Ahora el de la lejía tenía un aspecto ridículo, el bóxer de corazones
fucsia apenas contenía el enorme bulto que palpitaba bajo la tela y, con el
armatoste liquidador balanceándose sobre la peluda espalda, mas que temor
invitaba a la carcajada.
Entretanto Piedad volvía a la realidad con una sed
nueva y que ya solo pensaba en saciar, para cuatro días que vive una... A su
lado un nervioso Toribio la miraba obnubilado con la esperanza de que el
trastazo no la hubiese trastornado.
Una vez desaparecida la bruma que le nublaba la
visión la mujer reconoció al guardia civil que le golpeaba la cara.
Toribio...., así, con puntos suspensivos, pues la asociación primo/primate ya
no le parecía tan desagradable, es más, una nueva oleada de calor recorrió su
cadera. Ambos se miraron embelesados y un torpón Toribio alzó entre sus
uniformados brazos a la nueva Piedad, quien no perdía el tiempo y palpaba
ávidamente el trasero de su caballero.
Dionisio apenas daba crédito a la escena, por fin
sus ruegos eran atendidos y aquel santo se llevaba a la razón de su desgracia.
Estuvo a punto de dar saltos de alegría mas se contuvo, no fuese a ser una
falsa alarma. Decidió quedarse tumbado sobre la hierba intentando explicarse lo
sucedido. Sabía que no soñaba, aún notaba vestigios de vértigo en su estómago,
lo de levitar le había mareado. Escrutó entre las estrellas a sabiendas de que
no hallaría rastro del ovni. La nave se había volatilizado ante sus narices sin
apenas darle ocasión de digerir la decepción, una decepción ácida y helada. Suspiró
evocando de nuevo la ilusión del trío alienígena mientras sus deseos se
desvanecían entre el cri-cri de los grillos.
El considerado Montoya, viendo que el disparate
tocaba a su fin, se acercó a los torerillos para llevarlos a la ciudad. A él no
le interesaban ni rayos extraterrestres ni toda aquella gente, lo que a él le
rondaba la cabeza era descubrir si era cierto lo del asunto de los enanos, si
era tan grande como decían. Los pequeños toreros, agotados tras el largo día,
únicamente ansiaban meterse en la cama. No dudaron en aprovechar el
ofrecimiento del amable agente que había sacado de la cuneta el utilitario. Con
tal de salir de allí poco importaba apretujarse, entre los asientos y el
maletero mal sería que no cupiesen.
Regina estaba a un punto del ataque de histeria.
Despeinada, sucia, asqueada por el hedor rancio desprendido por la ropa del
orate, se preguntaba cómo le podía estar pasando esto.
...CONTINÚA...
Eugenia Soto Alejandre
Fernando García Crespo
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