ESTALLIDO




El flash se disparó mientras un rayo se hundía en la torreta eléctrica, a escasos metros de donde espiaba. Esperaba haberlo logrado en esta ocasión.
Disfrutaba de las tormentas, sobre todo de las nocturnas. Aterradoramente hermosas y poderosas. Él mismo deseaba ser tormenta. Hacer vibrar la tierra, transformando su grito en fuego, en un dardo que muerde la noche para iluminarla con su explosió de energía. Y una vez vacío, la lluvia. Lágrimas que acarician el suelo y penetran hasta sus entrañas secas para ahogarlas de vida.

Intentaba que todas esas sensaciones quedasen reflejadas en sus fotografías, pero sus esfuerzos, hasta ahora habían sido en vano. Sí, lograba espectaculares imágenes, nada más. El aluvión de emociones no aparecía. Y eso le frustraba.

El cielo se iluminó de nuevo, liberándole de sus  pensamientos. Dejó la cámara sobre la mesa, la tempestad amainaba. Disfrutaría de sus coletazos sin el estrés de disparar a tiempo.

Una enorme luna llena se transparentaba a través de negros nubarrones. Amparado tras el cristal cruzó los dedos deseando un rayo y cuando su fugaz luz azulada cosió la noche, quedó perplejo. El eco del trueno amortiguado por el golpeteo del chaparrón puso punto final al espectáculo, sin embargo el hombre continuaba absorto, como esperando un bis a pesar de que el telón había caído.
Pasaron horas hasta que Damián salió del trance en el que se sumió  al creer distinguir una silueta envuelta en el último destello. Quizás un espejismo o una ideación, tenia una especial habilidad para creer en los fantasmas que inventaba.

Aspiró el aire de la  mañana impregnado por el rocío de una primavera recién llegada. Se sintió animado al observar que las nubes estaban pintadas de gris. Aún dormitaban sobre las cumbres del horizonte pero el viento las traería hasta el valle, hacia donde él las esperaba con ansiedad. Se preguntaba si había perdido la razón, no sería extraño. La vida había pasado sobre él como una apisonadora, demoliendo sus pilares vitales. Buscaba su camino  ¡estaba tan perdido! Ni siquiera sabía qué dirección tomar. Entretanto fotografiaba cualquier cosa que atrajese su atención. Deseaba atrapar la belleza de la que era testigo con la conciencia de que sería efímera.

Pasó el día inquieto, con los nervios cosquilleándo en el estómago mientras esperaba la llegada de la tormenta. Anochecía, notó la electricidad en las ráfagas de viento que jugueteaban a su alrededor. Se refugió en el porche, encendió un cigarrillo y esperó.

La noche se oscureció sumida en un silencio previo a la actuación, Durante unos instantes sintió la nada, como si el mundo hubiese sido absorbido por un agujero negro, hasta que, al fin, el primer rayo iluminó el firmamento y la tierra vibró con su trueno.
Damián dibujó en su mente las olas sonoras que anegaban sus pies. Las venas de la tempestad, henchidas de ira, rasgaban un cielo que no les permite permanecer ancladas en su inmensidad. Se dejó invadir por la extraña sensación de aturdimiento provocada por el zumbido de la energía liberada con cada rugido. La tormenta llegaba a su clímax cuando la intuición de una sombra danzando entre las centellas azuladas agitó los latidos de su corazón. Su racionabilidad tardó unos segundos en aceptar lo que su retina captaba: una joven tan pálida que parecía fosforecer danzaba entre los rayos.

Comenzó a caminar hipnotizado por cada fogonazo, sin fijarse donde ponía los pies, hasta llegar a su lado. Se enredó en su melena  al oler su cuello. Un aroma húmedo y cálido lo envolvió al lamer sus labios. Se perdió en ella.

Casi amanecía cuando la lluvia despertó a Damián.Yacía sobre una roca. El agua le resbalaba sobre la piel desnuda. No tenía frío. En su rostro se reflejó una amplia sonrisa al observar los restos chamuscados de su ropa, no había sido un sueño. Su ansiedad había desaparecido y, el hueco dejado, estaba ahora ocupado por ganas de vivir. Era la primera vez que un ser femenino le daba en lugar de quitarle. Ya no se sentía agraviado, ya no...

Evocó el extraño gris de sus ojos de regreso a la cabaña. 
La lluvia cesó dejando una estela con olor a tierra mojada, como ella. 
Sin duda aquel debía ser el estado más próximo a la felicidad. 
Encendió un cigarro, tosió y pensó que debía dejar de  fumar.


No se dio cuenta de que su piel, ahora, parecía fosforescer.

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